Habían pasado casi cinco años desde
que había hecho las maletas por primera vez, dejando atrás familia
y amigos. Ellos estuvieron a mi lado mientras me enfrentaba a un
nuevo reto en mi vida, la universidad, aceptando de mejor o peor
grado las migajas que quedaban de mí para ellos. A lo largo de los
años, el tiempo me fue cambiando, pero nunca desanimé en el empeño,
ni siquiera tras aquel cuatro y medio en álgebra, que tanto me
dolió. Ni los empachos de libros y apuntes las semanas antes de los
exámenes, casi sin comer, casi sin dormir, con los nervios a flor de
piel. Decían mis compañeros que en exámenes era todavía más
insoportable que de costumbre. Pasaba todo el curso viviendo de
noche, sin ir a clase, pero llegaba enero y me volcaba por completo
en los estudios. Acudía a los exámenes con las ojeras reveladoras
de una noche sin dormir y con un par de whiskies en el cuerpo, fuera
la hora del día que fuera. Todos veían en mi cara de suspenso a la
salida, pero a la hora de ver publicadas las notas, junto a mi
nombre, casi siempre aparecía una buena puntuación.
Por fin podía haber acabado todo.
Aquel veinticuatro de junio podría haber sido un día como cualquier
otro, pero acababa de hacer un examen, mi último examen, tal vez.
Después de cruzar las palabras de rigor con mis compañeros tomé
lentamente el camino de mi casa. Según avanzaba, comencé a notar un
poco de nostalgia, después de todo, en la universidad era alguien
importante, la gente me conocía por los pasillos, pero a partir de
la semana siguiente, iba a ser todo distinto. Empezaba a trabajar en
Madrid, una ciudad completamente desconocida para mí, donde nadie, o
al menos yo, conocía a nadie y a nadie le importa mi vida. Llegué
con más cansancio de lo acostumbrado a mi habitación y el mundo
pareció caer con todo su peso sobre mis hombros. Si el camino de la
facultad a casa fue pensativo, no cambió mucho en cuanto me dejé
caer sobre la cama. Sentí un enorme vacío. Llegaba el momento de
volver a despedirse de la gente, de volver a conocer nuevas caras y
cambiar lo cotidiano por algo completamente nuevo. Agobio... una
palabra que nunca supe definir, pero que en ese momento, creo, llegué
a sentir.
Casi sin darme cuenta, había vuelto
una tristeza que no sentía desde mucho años atrás, en el entierro
de mi madre. Estaba empezando a sentir como me hundía sobre mi cama
y las paredes parecían encerrarme poco a poco en aquel diminuto
cuarto, cuando el martilleo del teléfono me hizo volver al mundo.
- Esta noche hay que celebrarlo.
- ¿Qué quieres celebrar?
- Pues que tú, te
vas y yo... me iré dentro de algunos años.
Hugo empezó conmigo, pero algunas
asignaturas, le habían hecho ir casi dos curso por detrás. Sabía
que esa noche iba a pasar por un estado de ánimo similar al que
sentía. Después de cinco años, nos conocíamos bastante bien,
sobre todo él a mí. Cuando llegase la noche, la soledad sería el
peor enemigo con el que podía encontrarme y la propuesta, no era del
todo mala. Unas copas, buena música y los amigos de siempre, de la
facultada, de fiestas, ex-novios y ex-novias.
Salí de casa hacia las once con una
falsa sonrisa de felicidad, de negro por fuera y por dentro. No
llevaba conmigo el ánimo propio de fiesta, pero entre todos lograron
animarme en la medida de lo posible. Las primeras horas pasaron
lentas, entre humo, miedo a despedidas y vasos que parecían no
querer vaciarse. Carla ya sabía que había terminado derecho y se
aferraba a los brazos de Jorge, que se tendría que quedar por lo
menos un año más por aquellas calles y rodeado de aquellos muros en
los que tanto habían vivido. Marta y Fernando seguían con su fuego
cruzado, al amparo de la complicidad del resto, que sabíamos que era
mentira. Durante años, prácticamente se odiaron, pero desde que
Hugo y ella dejaron de salir juntos, estaban algo más que unidos. Al
principio, Marta lo pasó bastante mal, después de tres años había
dejado a un lado todos sus amigos, para integrarse en nuestro grupo,
que era el de Hugo, no el suyo. Iba de niña bien, siempre con ropa
de marca y gastando cantidades ingentes cada noche, por lo que nos
cayó bastante mal a todos salvo Fernando. A él siempre le gustó
Marta, pero Hugo era su mejor amigo y no podía hacerle eso, así que
esperó bastante tiempo hasta acercarse a ella. Ya habían pasado
cinco meses desde que se habían separado, pero todavía no daban
ninguna muestra pública de lo que pasaba cuando los demás no
estábamos, aunque todos lo sabíamos.
A Elisa ya la
habíamos perdido para toda la noche. Como solía ser su costumbre,
estaba ligando con el camarero, tal vez para no pagar las copas
durante los días que le quedaban hasta volver a Cáceres tras su
último examen. Quedábamos Hugo y yo, cada uno con su cruz y sus
motivos para no sonreír. Él porque se tenía que quedar algunos
años más y yo porque debía irme. La conversación no era muy
fluida, casi evitando pronunciar las palabras, manteníamos una
conversación sobre lo que ya eran recuerdos de un tiempo mejor que
estaba en sus últimos momentos.
Eran algo más de las cuatro y ya
llevábamos cuatro copas cada uno, cuando Hugo comenzó a sentirse un
poco mareado por el alcohol. Él quería salir a tomar el aire y yo
deseaba irme de allí. No soportaba ver a tanta parejita empalagosa
junta, ignorándonos. Sin que nadie se diera cuenta nos fuimos de
allí, camino de la cita de cada noche en la Mansión. Al poco de
cruzar la puerta, casi llegamos a arrepentirnos y habríamos dado la
vuelta de no estar Miriam tras la barra. La pista estaba vacía y
entre las dos barras, apenas había una decena de personas celebrando
sus notas o tratando de olvidarlas con alcohol. Sin dejarnos decir
una sola palabra, teníamos dos copas de whisky frente a nosotros. La
visita a Miriam no duró mucho, apenas una media hora, lo que
tardamos en acabar con la copa y lo que tardé en alcanzar una fase
avanzada de somnolencia. Al salir por la puerta, me habría ido a
dormir, pero Hugo me convenció para tomar una última copa aquella
noche, con la excusa de que tardaríamos mucho en tener otra ocasión
así. Nos dirigíamos sin rumbo fijo en busca de algún sitio abierto
en el que a ser posible, no fuéramos los únicos.
- ¿Tu estás loco? ¿Sabbat?
- No los pasaremos bien, seguro que
encontramos alguna víctima.
- El camarero me odia...
La música esta a un volumen casi
ensordecedor, las palabras sonaban en murmullo indescifrable y el
camarero seguía odiándome. Cualquier otra noche, lo hubiera
ignorado, pero tal vez por la cercanía en el tiempo de los exámenes
estaba irascible en exceso y no puede reprimir unos cuantos insultos,
caro está, después de tener mi copa en la mano. Fuimos avanzando
entre la gente, haciéndonos sitio entre empujones tratando de evitar
derramar nuestras bebidas, intentando encontrar un lugar menos
poblado. En el centro de la pequeña pista rectangular, se abría un
gran hueco. Casi por inercia nos colamos hasta la primera fila para
comprobar lo que causaba tal expectación. En medio de tanta gente,
estaba una chica morena, de piel extremadamente pálida y una
minúscula falda que apenas si lograba alcanzar sus muslos.
Aparentaba alrededor de veinte años y parecía estar acostumbrada a
provocar aquella actitud entre la gente.
- ¿Quién es?
- Se llama Ana, de profesión niña
de papá.
Hugo siempre ha
sido un tanto cotilla y normalmente está al tanto de todo lo que le
sucede a todo el mundo. Cuando se le pregunta por alguien, suele
tener bastante información y la cuenta. Si no sabe nada o si conoce
poco de la persona por la que es interrogado, suele salir con frases
que aluden a la imagen que aparenta. No debía conocer mucho a Ana y
tal vez por eso la calificó de niña de papá. Nunca he conocido con
exactitud el límite entre ser niño
de papá
y ser solamente un poco consentido, pero en cualquier caso, supongo
que si algún día tengo hijos, los malcriaré todo lo que pueda.
Ana se movía con total naturalidad, bailando para ella misma, como
si no existiera nadie más, convirtiendo las decenas de ojos en un
elemento decorativo más. Miré a un lado u otro del círculo,
perfectamente marcado, como si todos estuviéramos al borde de una
infranqueable línea. Algunos hablaban entre sí, sin apartar la
vista de ella, otros, los más, simplemente contemplaban casi
boquiabiertos el espectáculo.
Durante unos instantes, ella dejó de
mirar al infinito, para fijarse en alguno de los rostros que la
contemplaban. Volvió a hacerlo repetidas veces, en todas las
direcciones, como si estuviera buscando a alguien, aunque sin saber
dónde estaba o siquiera si estaría entre nosotros. Su vista en su
recorrido, se paró en mi. Después de fijarse de nuevo en un punto
que estaba fuera del alcance de cualquiera de nosotros, volvió a
posar sobre mí su mirada. En ese momento, no pude distinguir el
color, pero sus ojos, claros en cualquier caso, despedían un brillo
especial, que estaba acorde con la belleza del resto de su cuerpo.
Dejó de moverse y se encaminó hacia
el lugar en el que estábamos Hugo y yo. A nuestra espalda, estaba la
barra y por inercia me aparté, abriendo la puerta a un pasillo que
comenzaba en mi. Siguió andando, marcando el balanceo de sus
caderas. Se paró ante mi y un susurro salió de sus labios mientras
me cogía la mano.
- Baila conmigo.
Quise oponerme,
pero las piernas parecían no tener comunicación con mi cerebro y
siguieron las suyas. Al llegar al centro del círculo, la atención
de todos pasé a ser yo. Oía voces de fondo que preguntaban quién
era, si nos conocíamos de algo, porqué me había escogido a mi...
Pasaron varios minutos hasta que logré sacudirme la timidez y
comencé a seguir, lo mejor que pude, sus movimientos frenéticos. No
sé cuanto tiempo estuvimos bailando en medio de aquel círculo
invisible, que poco a poco, se fue deshaciendo. Perdí la noción del
tiempo, de dónde estaba e incluso de quienes éramos. También había
perdido de vista Hugo. Hubo un momento en el que el cansancio casi me
impedía seguir bailando e incluso, parar. Tenía miedo de caerme si
lo intentaba. En medio del mareo, provocado por una incipiente
borrachera y tanto movimiento, nos acercamos a la barra y tomamos una
copa. La
penúltima
dijo Ana, la
última es en mi casa.
La noche terminó al amanecer, cuando
ya no podíamos sacar más energía de nuestros cuerpos, entre
intentos desesperados de prolongar un instante más el momento.
Varias horas después, volví a sentir la luz del día que me hizo
despertar. Junto a mí, seguía dormida Ana. En sueños, su belleza
era aún mayor que despierta, era ese tipo de mujer que colma los
sueños de cualquiera. Aparté el pelo de su cara y la caricia hizo
que se despertara. Abrió sus ojos aún somnolientos, de un verde
inolvidable, su rostro, se iluminó con una sonrisa.
- ¿Sabes? aunque no lo creas, para
mi ha sido la primera vez.
- Para mí también.
- Me he sentido mejor que nunca... -
sonrió de nuevo, dejando un intervalo en el que seguramente esperaba
oír una respuesta similar de mis labios, que no fui capaz de
utilizar -. Aún no sé tu nombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario