martes, 13 de mayo de 2014

El beso de Venus

Habían pasado casi cinco años desde que había hecho las maletas por primera vez, dejando atrás familia y amigos. Ellos estuvieron a mi lado mientras me enfrentaba a un nuevo reto en mi vida, la universidad, aceptando de mejor o peor grado las migajas que quedaban de mí para ellos. A lo largo de los años, el tiempo me fue cambiando, pero nunca desanimé en el empeño, ni siquiera tras aquel cuatro y medio en álgebra, que tanto me dolió. Ni los empachos de libros y apuntes las semanas antes de los exámenes, casi sin comer, casi sin dormir, con los nervios a flor de piel. Decían mis compañeros que en exámenes era todavía más insoportable que de costumbre. Pasaba todo el curso viviendo de noche, sin ir a clase, pero llegaba enero y me volcaba por completo en los estudios. Acudía a los exámenes con las ojeras reveladoras de una noche sin dormir y con un par de whiskies en el cuerpo, fuera la hora del día que fuera. Todos veían en mi cara de suspenso a la salida, pero a la hora de ver publicadas las notas, junto a mi nombre, casi siempre aparecía una buena puntuación.

Por fin podía haber acabado todo. Aquel veinticuatro de junio podría haber sido un día como cualquier otro, pero acababa de hacer un examen, mi último examen, tal vez. Después de cruzar las palabras de rigor con mis compañeros tomé lentamente el camino de mi casa. Según avanzaba, comencé a notar un poco de nostalgia, después de todo, en la universidad era alguien importante, la gente me conocía por los pasillos, pero a partir de la semana siguiente, iba a ser todo distinto. Empezaba a trabajar en Madrid, una ciudad completamente desconocida para mí, donde nadie, o al menos yo, conocía a nadie y a nadie le importa mi vida. Llegué con más cansancio de lo acostumbrado a mi habitación y el mundo pareció caer con todo su peso sobre mis hombros. Si el camino de la facultad a casa fue pensativo, no cambió mucho en cuanto me dejé caer sobre la cama. Sentí un enorme vacío. Llegaba el momento de volver a despedirse de la gente, de volver a conocer nuevas caras y cambiar lo cotidiano por algo completamente nuevo. Agobio... una palabra que nunca supe definir, pero que en ese momento, creo, llegué a sentir.

Casi sin darme cuenta, había vuelto una tristeza que no sentía desde mucho años atrás, en el entierro de mi madre. Estaba empezando a sentir como me hundía sobre mi cama y las paredes parecían encerrarme poco a poco en aquel diminuto cuarto, cuando el martilleo del teléfono me hizo volver al mundo.

- Esta noche hay que celebrarlo.
- ¿Qué quieres celebrar?
- Pues que tú, te vas y yo... me iré dentro de algunos años.

Hugo empezó conmigo, pero algunas asignaturas, le habían hecho ir casi dos curso por detrás. Sabía que esa noche iba a pasar por un estado de ánimo similar al que sentía. Después de cinco años, nos conocíamos bastante bien, sobre todo él a mí. Cuando llegase la noche, la soledad sería el peor enemigo con el que podía encontrarme y la propuesta, no era del todo mala. Unas copas, buena música y los amigos de siempre, de la facultada, de fiestas, ex-novios y ex-novias.

Salí de casa hacia las once con una falsa sonrisa de felicidad, de negro por fuera y por dentro. No llevaba conmigo el ánimo propio de fiesta, pero entre todos lograron animarme en la medida de lo posible. Las primeras horas pasaron lentas, entre humo, miedo a despedidas y vasos que parecían no querer vaciarse. Carla ya sabía que había terminado derecho y se aferraba a los brazos de Jorge, que se tendría que quedar por lo menos un año más por aquellas calles y rodeado de aquellos muros en los que tanto habían vivido. Marta y Fernando seguían con su fuego cruzado, al amparo de la complicidad del resto, que sabíamos que era mentira. Durante años, prácticamente se odiaron, pero desde que Hugo y ella dejaron de salir juntos, estaban algo más que unidos. Al principio, Marta lo pasó bastante mal, después de tres años había dejado a un lado todos sus amigos, para integrarse en nuestro grupo, que era el de Hugo, no el suyo. Iba de niña bien, siempre con ropa de marca y gastando cantidades ingentes cada noche, por lo que nos cayó bastante mal a todos salvo Fernando. A él siempre le gustó Marta, pero Hugo era su mejor amigo y no podía hacerle eso, así que esperó bastante tiempo hasta acercarse a ella. Ya habían pasado cinco meses desde que se habían separado, pero todavía no daban ninguna muestra pública de lo que pasaba cuando los demás no estábamos, aunque todos lo sabíamos.

A Elisa ya la habíamos perdido para toda la noche. Como solía ser su costumbre, estaba ligando con el camarero, tal vez para no pagar las copas durante los días que le quedaban hasta volver a Cáceres tras su último examen. Quedábamos Hugo y yo, cada uno con su cruz y sus motivos para no sonreír. Él porque se tenía que quedar algunos años más y yo porque debía irme. La conversación no era muy fluida, casi evitando pronunciar las palabras, manteníamos una conversación sobre lo que ya eran recuerdos de un tiempo mejor que estaba en sus últimos momentos.

Eran algo más de las cuatro y ya llevábamos cuatro copas cada uno, cuando Hugo comenzó a sentirse un poco mareado por el alcohol. Él quería salir a tomar el aire y yo deseaba irme de allí. No soportaba ver a tanta parejita empalagosa junta, ignorándonos. Sin que nadie se diera cuenta nos fuimos de allí, camino de la cita de cada noche en la Mansión. Al poco de cruzar la puerta, casi llegamos a arrepentirnos y habríamos dado la vuelta de no estar Miriam tras la barra. La pista estaba vacía y entre las dos barras, apenas había una decena de personas celebrando sus notas o tratando de olvidarlas con alcohol. Sin dejarnos decir una sola palabra, teníamos dos copas de whisky frente a nosotros. La visita a Miriam no duró mucho, apenas una media hora, lo que tardamos en acabar con la copa y lo que tardé en alcanzar una fase avanzada de somnolencia. Al salir por la puerta, me habría ido a dormir, pero Hugo me convenció para tomar una última copa aquella noche, con la excusa de que tardaríamos mucho en tener otra ocasión así. Nos dirigíamos sin rumbo fijo en busca de algún sitio abierto en el que a ser posible, no fuéramos los únicos.

- ¿Tu estás loco? ¿Sabbat?
- No los pasaremos bien, seguro que encontramos alguna víctima.
- El camarero me odia...
La música esta a un volumen casi ensordecedor, las palabras sonaban en murmullo indescifrable y el camarero seguía odiándome. Cualquier otra noche, lo hubiera ignorado, pero tal vez por la cercanía en el tiempo de los exámenes estaba irascible en exceso y no puede reprimir unos cuantos insultos, caro está, después de tener mi copa en la mano. Fuimos avanzando entre la gente, haciéndonos sitio entre empujones tratando de evitar derramar nuestras bebidas, intentando encontrar un lugar menos poblado. En el centro de la pequeña pista rectangular, se abría un gran hueco. Casi por inercia nos colamos hasta la primera fila para comprobar lo que causaba tal expectación. En medio de tanta gente, estaba una chica morena, de piel extremadamente pálida y una minúscula falda que apenas si lograba alcanzar sus muslos. Aparentaba alrededor de veinte años y parecía estar acostumbrada a provocar aquella actitud entre la gente.

- ¿Quién es?
- Se llama Ana, de profesión niña de papá.

Hugo siempre ha sido un tanto cotilla y normalmente está al tanto de todo lo que le sucede a todo el mundo. Cuando se le pregunta por alguien, suele tener bastante información y la cuenta. Si no sabe nada o si conoce poco de la persona por la que es interrogado, suele salir con frases que aluden a la imagen que aparenta. No debía conocer mucho a Ana y tal vez por eso la calificó de niña de papá. Nunca he conocido con exactitud el límite entre ser niño de papá y ser solamente un poco consentido, pero en cualquier caso, supongo que si algún día tengo hijos, los malcriaré todo lo que pueda. Ana se movía con total naturalidad, bailando para ella misma, como si no existiera nadie más, convirtiendo las decenas de ojos en un elemento decorativo más. Miré a un lado u otro del círculo, perfectamente marcado, como si todos estuviéramos al borde de una infranqueable línea. Algunos hablaban entre sí, sin apartar la vista de ella, otros, los más, simplemente contemplaban casi boquiabiertos el espectáculo.

Durante unos instantes, ella dejó de mirar al infinito, para fijarse en alguno de los rostros que la contemplaban. Volvió a hacerlo repetidas veces, en todas las direcciones, como si estuviera buscando a alguien, aunque sin saber dónde estaba o siquiera si estaría entre nosotros. Su vista en su recorrido, se paró en mi. Después de fijarse de nuevo en un punto que estaba fuera del alcance de cualquiera de nosotros, volvió a posar sobre mí su mirada. En ese momento, no pude distinguir el color, pero sus ojos, claros en cualquier caso, despedían un brillo especial, que estaba acorde con la belleza del resto de su cuerpo.

Dejó de moverse y se encaminó hacia el lugar en el que estábamos Hugo y yo. A nuestra espalda, estaba la barra y por inercia me aparté, abriendo la puerta a un pasillo que comenzaba en mi. Siguió andando, marcando el balanceo de sus caderas. Se paró ante mi y un susurro salió de sus labios mientras me cogía la mano.

- Baila conmigo.

Quise oponerme, pero las piernas parecían no tener comunicación con mi cerebro y siguieron las suyas. Al llegar al centro del círculo, la atención de todos pasé a ser yo. Oía voces de fondo que preguntaban quién era, si nos conocíamos de algo, porqué me había escogido a mi... Pasaron varios minutos hasta que logré sacudirme la timidez y comencé a seguir, lo mejor que pude, sus movimientos frenéticos. No sé cuanto tiempo estuvimos bailando en medio de aquel círculo invisible, que poco a poco, se fue deshaciendo. Perdí la noción del tiempo, de dónde estaba e incluso de quienes éramos. También había perdido de vista Hugo. Hubo un momento en el que el cansancio casi me impedía seguir bailando e incluso, parar. Tenía miedo de caerme si lo intentaba. En medio del mareo, provocado por una incipiente borrachera y tanto movimiento, nos acercamos a la barra y tomamos una copa. La penúltima dijo Ana, la última es en mi casa.

La noche terminó al amanecer, cuando ya no podíamos sacar más energía de nuestros cuerpos, entre intentos desesperados de prolongar un instante más el momento. Varias horas después, volví a sentir la luz del día que me hizo despertar. Junto a mí, seguía dormida Ana. En sueños, su belleza era aún mayor que despierta, era ese tipo de mujer que colma los sueños de cualquiera. Aparté el pelo de su cara y la caricia hizo que se despertara. Abrió sus ojos aún somnolientos, de un verde inolvidable, su rostro, se iluminó con una sonrisa.

- ¿Sabes? aunque no lo creas, para mi ha sido la primera vez.
- Para mí también.
- Me he sentido mejor que nunca... - sonrió de nuevo, dejando un intervalo en el que seguramente esperaba oír una respuesta similar de mis labios, que no fui capaz de utilizar -. Aún no sé tu nombre.
- Raquel, me llamo Raquel.

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