martes, 9 de febrero de 2016

La recepcionista del hotel

Debían ser poco más que las ocho de la tarde, cuando apareció Daniel. Era un cliente habitual, llevaba ya un par de meses alojándose en el hotel de martes a jueves, tres noches cada semana. Siempre muy educado. Llegaba vestido de traje, pero sin corbata. Era joven, demasiado joven para tener un puesto de responsabilidad en alguna empresa pero por las formas parecía que era uno de esos jefecillos que viajan en primera y se alojan en hoteles de cuatro estrellas, como el nuestro.

Aquel día parecía más cansado de lo habitual o tal vez más triste. Se notaba que no había sido un buen día, pero aún así no le faltaba la sonrisa habitual al solicitar su habitación. Cuando me entregó su DNI quise comprobar su edad. Cuando bajaba a cenar se quitaba el traje y se vestía de forma más acorde a su edad... o la que yo pensaba que era su edad. Era justo su cumpleaños, cumplía veintiocho. 

Al acceder a su reserva, ya tenía la marca de cliente habitual, así que aproveché la ocasión y le cambié a una Junior Suite. Me llevó un poco más de tiempo, pero en menos de un minuto, ya había hecho el cambio y no saltó ninguna alarma. 

- Aquí tiene, señor Sanz. Habitación 809. El hotel le quiere agradecer su fidelidad y le hemos cambiado la habitación por una categoría superior, espero que sea de su agrado. 
- Muchas gracias.
- Le deseamos que disfrute de su estancia y de su cumpleaños.
- ¿Eh? ¡Ah! Sí... lo has visto en el DNI, muchas gracias. Pero lo veo complicado, a no ser que me recomiendes un buen sitio para cenar...
- Desde el hotel, le recomendamos nuestro restaurante que está situado en el ático y tiene unas excelentes vistas. Hoy no hay mucha demanda, así que puede cenar allí sin reserva. Si me pregunta después de las diez le puedo recomendar otros sitios que no están nada mal.

No me podía creer lo que acababa de hacer. Teníamos totalmente prohibido tener un trato demasiado familiar con los clientes y tontear con ellos, seguramente que era motivo de despido. Supongo que me puse roja, mitad por vergüenza, mitad por miedo a que pudiera decir algo a mis jefes y acabara despedida.

- Muchas gracias, lo tendré en cuenta.
- A usted, señor Sanz.

Se alejó camino del ascensor y el resto de mi turno tenía un sobresalto cada vez que escuchaba el sonido de la apertura de puertas. Temía que bajase él y que pudiera meterme en un lío. Cuando ya solamente quedaban unos minutos para las diez, se abrieron nuevamente las puertas y salió él. Estaba yo sola, así que no pude abandonar el mostrador de recepción mientras él salía. Cuando pasó por delante de mi, se despidió con una sonrisa y en cuanto atravesó la puerta respiré aliviada. Parecía que no había visto ningún signo de tonteo o, al menos, no lo iba a tener en cuenta. Según se alejaba sonó el teléfono.

- Hotel Aqua, buenas noches. Le atiende Erika, ¿en qué puedo ayudarle?
- Hola otra vez... sé que aún faltan dos minutos para las diez, así que te espero en un bar que se llama Ágora.
 

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