martes, 16 de febrero de 2016

La azafata del avión


Era una mañana de martes como otra cualquiera, durante toda la semana tenía que cubrir el trayecto Madrid-Valencia. Lo que menos me gustaba eran los horarios. Tenía que levantarme antes de las cuatro de la mañana para estar en el aeropuerto a las seis y media, que era la hora tope para iniciar el turno. Tenía sueño, mucho sueño. Había dormido mal y mi cuerpo me pedía otro café más... y ya iban cuatro. Al llegar me alegró un poco la mañana la enfermedad de Laura, porque en su lugar había puesto a Eva, que era mucho más fácil de llevar en vuelo. Algún día, me ascenderían a jefe de cabina, pero de momento me tocaba tener a alguien diciéndome lo que tenía que hacer y siempre es mejor que te pidan las cosas a que un bulldog con falda te esté dando órdenes a cada segundo.

Eva era muy simpática y siempre quería que me quedara a su lado en la parte delantera del avión y aprovechaba para contarme todos los rumores que conocía y nutrirlos con los pocos chismes que llegaban a mis oídos antes que a los suyos. El poco rato que nos dejaban libres los vuelo nacionales lo pasábamos hablando y se hacía mas entretenido el trabajo, sobre todo cuando eran vuelos por la mañana. Lo que menos le gustaba a Eva era recibir a los pasajeros en la puerta de embarque, así que lo sobrellevaba acompañada de alguna de nosotras, a la vez que no hacía un poco más felices por compartir con ella esa pequeña responsabilidad.

Siempre eran las mismas caras de ejecutivos aburridos que parecía que les cobraban por saludar y a algunos hasta por enseñarnos el billete. Pero dentro de nuestras obligaciones también se incluye aguantar a pasajeros desagradables. En los últimos meses había visto una cara nueva que me llamaba la atención. Era un hombre joven. Tal vez demasiado para ir tan encorbatado a esas horas de la mañana y demasiado educado para lo que era habitual. Siempre nos deseaba los buenos días y tenía preparado el billete en la mano. Cuando cruzaba mi mirada con él tras devolverle el billete, siempre sonreía antes de dar las gracias.

Era guapo, muy guapo y aquella mañana estaba un poco intranquila esperando que llegara. Alguna que otra vez había fantaseado con que pasara algo entre él y yo, pero lo cierto es que nunca habíamos intercambiado más que saludos en la puerta de embarque y alguna vez cuando le acercaba su café. Al fondo apareció él y según se acercaba, cada vez me costaba más evitar las miradas fugaces en su búsqueda. Se acercó a nosotras y me entregó su billete. Tras el saludo y la sonrisa habitual, descubrí que no era la única que había reparado en él.

- Está para comérselo... lástima que solamente te haya mirado a ti.
- ¿Cómo? ¿Qué dices?

Creo que el comentario de Eva me hizo sonrojar, porque hasta que llegó el turno de repartir las bebidas entre la clase business no volvió a hacer ninguna referencia.

- Ya que yo no tengo ninguna oportunidad, te dejo a ti aquí adelante.

Sonreí, porque sabía que no era normal que me dejara sola. Cuando solamente había un pasajero en primera clase, normalmente se ocupaba de él la persona que hacía de jefe de cabina y el resto de auxiliares nos ocupábamos del resto del pasaje, pero Eva era así. Desde que lo había visto por primera vez, siempre pedía lo mismo, así que me adelanté.

- Buenos días. ¿Café con hielo y sin azúcar? ¿Como siempre?
- Sí, muchas gracias – mostró cara de asombro -. No me puedo creer que se acuerde de mi...
- Es mi trabajo.

El vuelo no iba demasiado lleno, pero tras entregarle su café, continué hacia adelante para ayudar a mis compañeras y también para alejarme un poco de él. Me moría de vergüenza por lo que acaba de hacer y Eva lo notó en cuanto llegué donde ella. Al llegar al fondo me preguntó por él. Como sabía que no había hecho nada malo, sino más bien, algo embarazoso, se lo conté.

- Pues ahora te toca recoger el vaso
- No... por favor, que me muero de la vergüenza.
- ¡Ah! No haber empezado. No me voy a quedar yo con la duda ahora.

Tenía que haberme callado y contárselo cuando se hubieran ido todos los pasajeros, así nos habríamos echado unas risas y todo habría quedado ahí. Pero no... soy así de bocazas. No me quedó otro remedio que volver junto a él y recoger la bandeja con el vaso y la taza vacíos. Intenté no mirarle mucho para que no notara nada, para que pensara que realmente era mi trabajo recordar lo que tomaban los pasajeros de primera. Pero no lo conseguí. Había escrito algo en la servilleta pero no podía mirarlo hasta estar lejos de su vista. Cuando ya estaba detrás de la cortina cogí la servilleta pero Eva fue más rápida que yo y me la quitó de las manos.

- ¡Lo ves! -agitaba la servilleta delante de mis ojos -. Estaré toda la semana en Valencia, me gustaría tomar algún café con hielo contigo. Dani... Nadie pone eso junto a su número si no quiere algo contigo. ¡Dame tu móvil!
- ¡No! ¡Qué va a pensar de mi!
- Pronto lo sabremos... además, es una orden.

No era una orden, pero sabía que iba a hacer un poco el tonto con el móvil y luego devolvérmelo. No se atrevería a mandarle nada y yo quedaría como la chica atrevida que siempre está dispuesta a reirse un poco. Después de unos segundos me entregó el móvil e insistió en que fuera al servicio. No lo entendí, así que por si acaso se había atrevido miré los mensajes enviados desde mi mi móvil y encontré el que le había enviado a Dani: “Servicios. Ahora!!!”

No hay comentarios:

Publicar un comentario