viernes, 19 de febrero de 2016

El cuestionario

Acababa de prepararme un café y ponerme de nuevo delante de la pantalla con la intención de escribir unas cuantas páginas más. Seguía sin llegarme la inspiración necesaria para dejar escrito algo que no borrase al cabo de unos cuantos días, así que decidí dejarlo por un rato. Me puse a buscar por internet cualquier tontería en un foro que me sirviese para crear algún personaje o tal vez algún pasaje de mi nueva novela. No todo se podía centrar en la protagonista y aún me quedaban muchas historias paralelas que crear.

El timbre sonó. Normalmente suena primero el timbre del portal, mucho más ruidoso que el de la puerta y mucho menos amable a la hora de avisar la llegada de alguien. Cuando suena el timbre de la puerta, suele ser algún vendedor que ha recorrido el resto de pisos del bloque y que pasa por mi puerta con la intención de ofrecerme suscripciones a revistas o una nueva tarifa de algún servicio que ya tengo contratado. No suelo levantarme, pero el aburrimiento y la ausencia de palabras me hizo acudir aquella tarde a la llamada.

- Buenas tardes, mi nombre es Claudia. ¿Sería tan amable de dedicarme unos minutos?

Asentí con la cabeza tras devolverme el saludo. No quería venderme nada, solamente un poco de mi tiempo para responder a un cuestionario sobre la situación actual para alguna encuesta que saldría publicada algún día en algún medio. Tampoco presté demasiada atención al objetivo de la encuesta. Según hablaba, sentía como si una sirena me estuviera dedicando sus mejores melodías. Me gustaba el sonido de su voz y la gestualidad de su cara al hablar. Era una chica joven, no pasaría de los veinte y tal vez por eso no fue capaz de reconocer mi exceso de atención mientras proseguía con su discurso.

Se apagó la luz de la escalera y antes de que pudiera localizar el interruptor nuevamente, le ofrecí pasar al salón de mi casa. Nos sentamos en el sofá. Cruzó las piernas incluso antes de sentarse, a sabiendas de la escasa longitud de su falda, que dejaba al descubierto casi la totalidad de sus piernas. Apoyó su carpeta en el muslo que tenía más elevado y comenzó a hacerme preguntas, sin mucho sentido, que debía responder con una puntuación de cero a diez. Fui contestando a la mayor parte de ellas sin prestar atención a lo preguntado y ella parecía complacida con las respuestas. La batería de preguntas finalizó con una pregunta diferente. La única pregunta con respuesta abierta, que si quería añadir algo más a lo indicado anteriormente. Sabía que no quedaba demasiado tiempo más para mantener su presencia ante mis ojos.

- Ya que lo dices, me estaba haciendo una pregunta... ¿No es peligroso que una chica como tú, joven y guapa, entre en la casa de un desconocido? Porque seguramente la mayor parte de los hombres a los que entrevistes querrán propasarse contigo y, muchos, incluso llevarte a la cama. Y ya no estás en el descansillo de la escalera, has pasado la puerta y está cerrada. 
- No lo sé... yo creo que no. Tampoco llevo demasiadas entrevistas, normalmente no quieren que pase, esta es la primera vez que estoy "con la puerta cerrada".
- Pues deberías tener cuidado. Porque yo te voy a dejar que te vayas cuando quieras, pero me quedaré con la ganas de dejar de desnudarte con la mirada y hacerlo con mis manos.
- ¿Y si no quiero irme aún?



martes, 16 de febrero de 2016

La azafata del avión


Era una mañana de martes como otra cualquiera, durante toda la semana tenía que cubrir el trayecto Madrid-Valencia. Lo que menos me gustaba eran los horarios. Tenía que levantarme antes de las cuatro de la mañana para estar en el aeropuerto a las seis y media, que era la hora tope para iniciar el turno. Tenía sueño, mucho sueño. Había dormido mal y mi cuerpo me pedía otro café más... y ya iban cuatro. Al llegar me alegró un poco la mañana la enfermedad de Laura, porque en su lugar había puesto a Eva, que era mucho más fácil de llevar en vuelo. Algún día, me ascenderían a jefe de cabina, pero de momento me tocaba tener a alguien diciéndome lo que tenía que hacer y siempre es mejor que te pidan las cosas a que un bulldog con falda te esté dando órdenes a cada segundo.

Eva era muy simpática y siempre quería que me quedara a su lado en la parte delantera del avión y aprovechaba para contarme todos los rumores que conocía y nutrirlos con los pocos chismes que llegaban a mis oídos antes que a los suyos. El poco rato que nos dejaban libres los vuelo nacionales lo pasábamos hablando y se hacía mas entretenido el trabajo, sobre todo cuando eran vuelos por la mañana. Lo que menos le gustaba a Eva era recibir a los pasajeros en la puerta de embarque, así que lo sobrellevaba acompañada de alguna de nosotras, a la vez que no hacía un poco más felices por compartir con ella esa pequeña responsabilidad.

Siempre eran las mismas caras de ejecutivos aburridos que parecía que les cobraban por saludar y a algunos hasta por enseñarnos el billete. Pero dentro de nuestras obligaciones también se incluye aguantar a pasajeros desagradables. En los últimos meses había visto una cara nueva que me llamaba la atención. Era un hombre joven. Tal vez demasiado para ir tan encorbatado a esas horas de la mañana y demasiado educado para lo que era habitual. Siempre nos deseaba los buenos días y tenía preparado el billete en la mano. Cuando cruzaba mi mirada con él tras devolverle el billete, siempre sonreía antes de dar las gracias.

Era guapo, muy guapo y aquella mañana estaba un poco intranquila esperando que llegara. Alguna que otra vez había fantaseado con que pasara algo entre él y yo, pero lo cierto es que nunca habíamos intercambiado más que saludos en la puerta de embarque y alguna vez cuando le acercaba su café. Al fondo apareció él y según se acercaba, cada vez me costaba más evitar las miradas fugaces en su búsqueda. Se acercó a nosotras y me entregó su billete. Tras el saludo y la sonrisa habitual, descubrí que no era la única que había reparado en él.

- Está para comérselo... lástima que solamente te haya mirado a ti.
- ¿Cómo? ¿Qué dices?

Creo que el comentario de Eva me hizo sonrojar, porque hasta que llegó el turno de repartir las bebidas entre la clase business no volvió a hacer ninguna referencia.

- Ya que yo no tengo ninguna oportunidad, te dejo a ti aquí adelante.

Sonreí, porque sabía que no era normal que me dejara sola. Cuando solamente había un pasajero en primera clase, normalmente se ocupaba de él la persona que hacía de jefe de cabina y el resto de auxiliares nos ocupábamos del resto del pasaje, pero Eva era así. Desde que lo había visto por primera vez, siempre pedía lo mismo, así que me adelanté.

- Buenos días. ¿Café con hielo y sin azúcar? ¿Como siempre?
- Sí, muchas gracias – mostró cara de asombro -. No me puedo creer que se acuerde de mi...
- Es mi trabajo.

El vuelo no iba demasiado lleno, pero tras entregarle su café, continué hacia adelante para ayudar a mis compañeras y también para alejarme un poco de él. Me moría de vergüenza por lo que acaba de hacer y Eva lo notó en cuanto llegué donde ella. Al llegar al fondo me preguntó por él. Como sabía que no había hecho nada malo, sino más bien, algo embarazoso, se lo conté.

- Pues ahora te toca recoger el vaso
- No... por favor, que me muero de la vergüenza.
- ¡Ah! No haber empezado. No me voy a quedar yo con la duda ahora.

Tenía que haberme callado y contárselo cuando se hubieran ido todos los pasajeros, así nos habríamos echado unas risas y todo habría quedado ahí. Pero no... soy así de bocazas. No me quedó otro remedio que volver junto a él y recoger la bandeja con el vaso y la taza vacíos. Intenté no mirarle mucho para que no notara nada, para que pensara que realmente era mi trabajo recordar lo que tomaban los pasajeros de primera. Pero no lo conseguí. Había escrito algo en la servilleta pero no podía mirarlo hasta estar lejos de su vista. Cuando ya estaba detrás de la cortina cogí la servilleta pero Eva fue más rápida que yo y me la quitó de las manos.

- ¡Lo ves! -agitaba la servilleta delante de mis ojos -. Estaré toda la semana en Valencia, me gustaría tomar algún café con hielo contigo. Dani... Nadie pone eso junto a su número si no quiere algo contigo. ¡Dame tu móvil!
- ¡No! ¡Qué va a pensar de mi!
- Pronto lo sabremos... además, es una orden.

No era una orden, pero sabía que iba a hacer un poco el tonto con el móvil y luego devolvérmelo. No se atrevería a mandarle nada y yo quedaría como la chica atrevida que siempre está dispuesta a reirse un poco. Después de unos segundos me entregó el móvil e insistió en que fuera al servicio. No lo entendí, así que por si acaso se había atrevido miré los mensajes enviados desde mi mi móvil y encontré el que le había enviado a Dani: “Servicios. Ahora!!!”

lunes, 15 de febrero de 2016

Cartas de desamor: Beatriz


Cuando decides irte a vivir a una casa vieja, te encuentras con la historia de los inquilinos a lo largo del tiempo. Su vida queda reflejada en los golpes de los marcos de las puertas, en los arañazos del suelo y en cada marca que aparece en los muebles. Cuando decidí comprar aquel piso de las afueras de Madrid, no esperaba encontrarme con aquella caja perdida en el trastero, tampoco esperaba encontrarme la correspondencia de años del antiguo propietario y mucho menos aquella caja de puros llena de cartas de todas sus parejas.

Parte de la culpa de que llegase a leerlas la tiene el aburrimiento y la otra mitad, la necesidad de acallar la sed de curiosidad de ese cotilla que todos llevamos dentro. Inicialmente me llamó la atención que los nombres de los remitentes fueran todos distintos, leyéndolas, descubrí el motivo.

----- Beatriz / 29 de noviembre de 1999  -----

Madrid, 29 de noviembre de 1999

Hola Dani

Ha sido un mes muy raro. Desde que nos conocimos llenaste toda mi vida y mi único mundo fuiste tú. Han sido unos días raros, porque no hemos tenido términos medios. Fueron increíbles los días buenos y creí morir los días en los que no te tenía a mi lado.

No sé si estos últimos días han sido solamente días malos o si se trata de los últimos días. Sé que no me prometiste amor eterno, ni siquiera amor, pero el caso es que en estos pocos días yo he llegado a quererte tanto que daría mi vida por ti. Te seguiría donde tú dijeras y dejaría atrás lo que hiciera falta con tal de tenerte siempre a mi lado. Te quiero, sí, no me cuesta decirlo. ¿Te suena raro? No me puedo creer que nunca nadie te lo haya dicho antes nada más conocerte, porque fue lo que me sucedió a mi. Fue ese amor a primera vista de cuento de hadas. Así apareciste tú, como ese príncipe que en el cuento enamoraba a la princesa antes de terminar el baile.

Decías que tenías demasiado cercana tu última relación como para enamorarte tan pronto, que no querías quererme antes de tiempo por si acaso. A mi me hubiera gustado no quererte, porque así no estaría sintiendo ahora lo que siento, por que no tendría ese dolor por tu ausencia, ni ese miedo de no volver a verte. Porque tampoco sé donde buscarte, lo único que sé de ti es tu nombre y donde está tu casa. Me he pasado por allí ¿sabes? Parecía una casa abandonada, igual estabas dentro mientras llamaba a tu puerta, cuando quería pensar que las persianas bajadas eran sólo para aislarte del frío que hacía. Estuve allí más de tres horas, sentada en el portal de enfrente, esperando que aparecieras por el portal.

Tenía miedo de verte llegar de la mano de otra, pero tenía más miedo de no verte llegar. No sé si me fui antes de tiempo y a los pocos minutos apareciste por ese portal. O si llegaste después de una noche de fiesta entre semana. No sé si llegarás a leer esto que te escribo o si cuando lo estés leyendo ya no tenga ningún sentido porque volvemos a estar juntos. Ojalá sea así. Nada me haría más feliz que llegar a tu casa y encontrarme esta carta cerrada, para poder romperla después de que la leas por primera y única vez.

Me gustaría que sonara el timbre de la puerta o del teléfono antes de terminar estas líneas, de dejar a medias esta carta, de dejar a medias el resto de mi vida y vivir cada día a tu lado. Me gustaría que no hubiera más días tristes, que todo el tiempo volviera a ser alegría por tenerte a mi lado. Porque si tú estás a mi lado ya no necesito nada más para ser feliz.

Porque te quiero, porque me da igual si te parece que es pronto para decirlo pero es así, te quiero, porque veo tu foto y siento ese escalofrío que recorre mi columna. Te quiero, con todo mi ser y nunca más podré sonreír si no te tengo a mi lado. Te quiero y no me gustaría despedirme, pero no me salen más palabras si no te tengo a mi lado. Te quiero y siempre te querré. Y si lees esta carta pasado el tiempo, te seguiré queriendo y estaré esperando que tú me digas que ya es el momento de que yo escuche por primera vez esas palabras de tu boca.

Te quiero


Bea


viernes, 12 de febrero de 2016

Cartas de desamor: Ana


Cuando decides irte a vivir a una casa vieja, te encuentras con la historia de los inquilinos a lo largo del tiempo. Su vida queda reflejada en los golpes de los marcos de las puertas, en los arañazos del suelo y en cada marca que aparece en los muebles. Cuando decidí comprar aquel piso de las afueras de Madrid, no esperaba encontrarme con aquella caja perdida en el trastero, tampoco esperaba encontrarme la correspondencia de años del antiguo propietario y mucho menos aquella caja de puros llena de cartas de todas sus parejas.

Parte de la culpa de que llegase a leerlas la tiene el aburrimiento y la otra mitad, la necesidad de acallar la sed de curiosidad de ese cotilla que todos llevamos dentro. Inicialmente me llamó la atención que los nombres de los remitentes fueran todos distintos, leyéndolas, descubrí el motivo.


----- Ana / 27 de octubre de 1999 -----


Madrid, 27 de octubre de 1999
Hola niño!
Todavía no entiendo el motivo por el que has decidido poner tanta distancia entre nosotros. Ya sé que ahora no vivimos a dos calles de distancia y cada vez se va a hacer más difícil vernos, pero solamente va a ser durante un par de años, hasta que yo también termine la carrera y pueda irme a vivir contigo. Dos años no es nada, ya lo verás.
Además, yo puedo ir a visitarte de vez en cuando, pasar unos días contigo y tú también te puedes venir aquí. ¡Que Salamanca y Madrid no están tan lejos! En un par de horas de autobús me puedo presentar ahí y hacerte pasar una semana un poco más agradable.
Te echo de menos tanto que no puedes imaginar lo que me cuesta ir a clase. Los primeros días tenía las ganas de acabar cuanto antes para volver a estar junto a ti, pero ahora ya no sé si habrá un futuro en el que estemos juntos. Ahora ya no sé si quieres estar conmigo por mi o si lo de la distancia es una excusa. Sé que aquella otra vez que lo intentaste y a la que tanto haces referencia salió mal, pero ahora es distinto. Ya no estás en el instituto y tus padres ya no están impidiendo que pase tiempo con esa pareja que vive en la distancia. Yo tampoco soy una niñata tonta que no sabe la suerte que tiene de tenerte... yo nunca me iría con otro. Yo sólo quiero estar contigo.
Me gustaría que me cogieras el teléfono, pero hace ya varios días que no consigo hablar contigo. ¿Ni dos minutos tienes para hablar conmigo? ¿Tan pronto te has dado por vencido? De verdad, que no lo entiendo. Por mucho trabajo que tengas, no lo entiendo. No entiendo que yo pueda sacar horas y horas para pensar en ti y para llamarte en cuanto tengo un momento, sin darme por vencida y tú... tu nada.
¿Sabes? A veces pienso que hay otra, que es por eso que no me quieres coger el teléfono, porque ella está delante. Si es así, podías tener al menos la delicadeza de decírmelo. Solamente te llevará unos segundos y podrás seguir con tu vida y dejar la mía vacía del todo. Pero al menos seré consciente de ello y podré irme haciendo a la idea de que ya nunca estarás a mi lado cuando esté triste y necesite un abrazo o cuando esté contenta y quiera celebrarlo con alguien. Ya no estarás... ya no sé siquiera si estás.
Esta carta es mi último recurso, porque no voy a presentarme ahí. No creo que fuera capaz de soportar encontrarte con otra cuando hace poco más de un mes me abrazabas y me llenabas de caricias. No... no podría soportarlo. Contigo no. No he querido nunca a nadie como te quiero a ti y dudo mucho que pueda querer a alguien así. Nunca. En la vida podré sentir por otra persona lo que siento por ti.
Desde que te conocí has sido el centro de mi mundo y ahora veo que yo par ti no he sido más que una mas de tu lista, bastante larga por cierto. Pero ni siquiera eso me importó. No me importaba ser la... ¿qué posición ocupo? Seguro que no lo recuerdas... en fin, que me conformaba con ser la última y ser la que estuviera a tu lado el resto de tu vida. Pero parece que ya no va a ser así, porque tú no quieres que sea así.
Dani, de verdad, dime lo que pasa, cuéntamelo, seguro que no es para tanto y que podemos arreglarlo. Yo te quiero. Te quiero tanto, que no puedo imaginar el futuro sin ti. Porque el futuro sin ti no tiene sentido. Por favor, llámame, ven a verme, cógeme el teléfono alguna vez, lo que quieras... pero no me dejes de lado.
Te quiero mucho y siempre te querré... Ana





martes, 9 de febrero de 2016

La recepcionista del hotel

Debían ser poco más que las ocho de la tarde, cuando apareció Daniel. Era un cliente habitual, llevaba ya un par de meses alojándose en el hotel de martes a jueves, tres noches cada semana. Siempre muy educado. Llegaba vestido de traje, pero sin corbata. Era joven, demasiado joven para tener un puesto de responsabilidad en alguna empresa pero por las formas parecía que era uno de esos jefecillos que viajan en primera y se alojan en hoteles de cuatro estrellas, como el nuestro.

Aquel día parecía más cansado de lo habitual o tal vez más triste. Se notaba que no había sido un buen día, pero aún así no le faltaba la sonrisa habitual al solicitar su habitación. Cuando me entregó su DNI quise comprobar su edad. Cuando bajaba a cenar se quitaba el traje y se vestía de forma más acorde a su edad... o la que yo pensaba que era su edad. Era justo su cumpleaños, cumplía veintiocho. 

Al acceder a su reserva, ya tenía la marca de cliente habitual, así que aproveché la ocasión y le cambié a una Junior Suite. Me llevó un poco más de tiempo, pero en menos de un minuto, ya había hecho el cambio y no saltó ninguna alarma. 

- Aquí tiene, señor Sanz. Habitación 809. El hotel le quiere agradecer su fidelidad y le hemos cambiado la habitación por una categoría superior, espero que sea de su agrado. 
- Muchas gracias.
- Le deseamos que disfrute de su estancia y de su cumpleaños.
- ¿Eh? ¡Ah! Sí... lo has visto en el DNI, muchas gracias. Pero lo veo complicado, a no ser que me recomiendes un buen sitio para cenar...
- Desde el hotel, le recomendamos nuestro restaurante que está situado en el ático y tiene unas excelentes vistas. Hoy no hay mucha demanda, así que puede cenar allí sin reserva. Si me pregunta después de las diez le puedo recomendar otros sitios que no están nada mal.

No me podía creer lo que acababa de hacer. Teníamos totalmente prohibido tener un trato demasiado familiar con los clientes y tontear con ellos, seguramente que era motivo de despido. Supongo que me puse roja, mitad por vergüenza, mitad por miedo a que pudiera decir algo a mis jefes y acabara despedida.

- Muchas gracias, lo tendré en cuenta.
- A usted, señor Sanz.

Se alejó camino del ascensor y el resto de mi turno tenía un sobresalto cada vez que escuchaba el sonido de la apertura de puertas. Temía que bajase él y que pudiera meterme en un lío. Cuando ya solamente quedaban unos minutos para las diez, se abrieron nuevamente las puertas y salió él. Estaba yo sola, así que no pude abandonar el mostrador de recepción mientras él salía. Cuando pasó por delante de mi, se despidió con una sonrisa y en cuanto atravesó la puerta respiré aliviada. Parecía que no había visto ningún signo de tonteo o, al menos, no lo iba a tener en cuenta. Según se alejaba sonó el teléfono.

- Hotel Aqua, buenas noches. Le atiende Erika, ¿en qué puedo ayudarle?
- Hola otra vez... sé que aún faltan dos minutos para las diez, así que te espero en un bar que se llama Ágora.
 

jueves, 4 de febrero de 2016

La rosa y el Cactus

Un hombre pregunto a un sabio si debía quedarse con su esposa o su amante

El sabio tomo una Rosa en una mano y en su otra mano un Cactus y le pregunto al hombre: si yo te doy a escoger uno de los dos ¿cual eliges? 


Y el hombre sonrió y dijo la Rosa es lógico, y el sabio respondió a veces los hombres nos dejamos llevar por la belleza externa o lo mundano y eligen lo que brille más lo que valga más, pero no en esos placeres esta el amor, yo me quedaría con el Cactus porque la Rosa se marchita y muere, el Cactus en cambio sin importar el tiempo o el clima seguirá igual, verde con sus espinas. 


Tu mujer conoce tus defectos, tus debilidades, tus errores, tus gritos, tus malos ratos y así está contigo, tu amante conoce tu dinero, tus lujos, los espacios de felicidad y tu sonrisa por eso está contigo"


Desconozco su autor


miércoles, 1 de octubre de 2014

Nadie dijo fácil: promoción

Desde hoy y durante 160 horas, estará en promoción Nadie dijo fácil. Las primeras 80 horas estará a solamente 89 céntimos y las 80 siguientes a 1,79 €

Nadie dijo fácil es una historia corta, fácil de leer y que podría salir en una de esas pelis de sobremesa, porque está basada en hechos reales. Aprovecha antes de que vuelva a su precio habitual

Nadie dijo fácil
Descarga directa: http://www.amazon.es/dp/B00KRIMD00

Supongo que todos tenemos algo que ocultar, o al menos algo que desearíamos olvidar. Yo no soy una excepción, nunca lo he sido, ni he pretendido serlo. La vida me hizo ser independiente, de pequeña me internaron en un colegio de monjas. Nunca me agradó aquello y durante años traté de salir de allí, mis padres nunca cedieron. Con el paso del tiempo me fui acostumbrando a estar alejada de mi familia, pero no por ello lograba olvidar lo que estaba dejando atrás. Nunca fui feliz lejos de mi tierra, pero mis padres se empeñaban en asegurar que mi sitio estaba lejos del pueblo, no sé el motivo, pero siempre les creí. Crecí sabiendo que querían lo mejor para mi, pero sin su compañía.